La democracia, otra utopía más

Por: Jesús Humberto López Aguilar

Marx y Engels no se equivocaban al concluir que el fin último de la sociedad es el comunismo. Quizá hayan previsto, o no, al emitir esta sentencia, que atributos tan intrínsecos a la naturaleza humana como la ambición, la mentira y la opresión harían del comunismo un sistema inviable para la sociedad moderna, para después imaginar una civilización en un futuro muy lejano cuya base sean valores centrados en el amor al prójimo, antes que el bien propio, y que, en la práctica, no se cometan los mismos atropellos que en el siglo XX.

Los que muy probablemente no tuvieron en cuenta esos mismos atributos, fueron aquellos que vendieron la idea de la democracia como la mejor forma de organización social y política. La democracia es un sistema por el cual todos tienen voz para la elección de sus representantes. En nuestro país es un derecho que se ejerce plenamente, pero basta con mirar a nuestros gobernantes para preguntarnos que hemos hecho mal como sociedad al designarlos como tal. No hace falta hacer una investigación exhaustiva para darnos cuenta de que una gran parte de los votos emitidos por el electorado están condicionados por diversos factores que le quitan el romanticismo a la idea de la democracia. Entre estos, tenemos al proselitismo político, el clientelismo electoral, la compra directa de votos, el chantaje político y hasta el mismo voto desinformado. Este último es aprovechado por el carisma y la popularidad del candidato, ganándose la simpatía del elector sin que este tenga conocimientos de su historial, de sus aptitudes, de su preparación y de sus propuestas. La cultura del mexicano agrava esta situación, restando en demasía objetividad al sufragio, por lo que la sociedad mexicana no está facultada para la elección de sus gobernantes.

He aquí la utopía de la democracia contemporánea, que, junto al comunismo, se pueden reservar para una humanidad más pensante, educada y rica en valores.

Para que una persona pueda estar capacitada para votar deberá comprobarse que esta cuenta con conocimientos generales de ética, cívica, cultura, matemáticas y economía, además de no tener ningún antecedente penal. El voto popular somete a las directrices del estado al sesgo de las ideologías, la inestabilidad de la discontinuidad y a la diversificación de planes de nación. No se somete a votación quien será el piloto de un avión, ni al cirujano que operará, imaginar hacerlo para elegir a los timoneles de la sociedad son fabulaciones utópicas.

Por otro lado, así como no cualquier es apto para votar, no cualquiera es apto para gobernar. Resulta temerario el hecho de que la preparación que deba tener un político por excelencia sean estudios en derecho o en ciencias políticas. Como máximos conductores del destino de sus gobernados, no servirá de nada conocer un conjunto de leyes las cuales en teoría los rigen, si no las cumplen ellos mismos y mucho menos, hacen cumplir. Como servidores del pueblo se necesita conocer al pueblo, tener identificadas las diferentes problemáticas en materia de recursos, gobernabilidad, educación, economía, e incluso psicología, para entender su mismo actuar y el de la sociedad. Es una constante para todos los candidatos prometer al electorado resolver este o tal problema, pero también, nunca decir de qué manera lo harán. Todas sus arengas van a lo general, y nunca a lo particular. Se necesitan tecnócratas, no burócratas. Expertos en sus respectivos rubros para la formulación de propuestas reales. La toma de una decisión final deberá de ser consensada entre expertos adscritos a las instituciones y los propios funcionarios, que para este caso serían personas con una amplia preparación interdisciplinaria, habiendo avanzado por una serie filtros cuyo propósito será evaluar sus conocimientos y su perfil psicológico para posteriormente ser elegidos por un electorado consciente en un proceso en igualdad de condiciones, sin que uno pueda sobresalir por sobre otro por su carisma o popularidad.

Quizá, en algún punto en el tiempo, será posible dar de nuevo voz a cada ciudadano, pero, a menos de que la sociedad no logre hacer universales sus valores y conocimientos, esto no debe de suceder. No se trata de eliminar la libertad de expresión, se busca un consenso inteligente, no una emisión arbitraria de opiniones.

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