SIN TON NI SON

En esta ocasión hablaré del filósofo Emmanuel Kant, quien nació en Könisberg, Prusia, en 1724. Como intelectual e hijo del siglo XVIII de la ilustración, fue uno de los primeros en escribir sobre este movimiento histórico y cultural, caracterizado por la idolatría a la Diosa Razón y en contra de la ignorancia, la superstición y la organización sociopolítica de las monarquías del Antiguo Régimen. Fue un gran lector de autores como Voltaire, Diderot y Jean-Jacques Rousseau, quienes asentaron las bases del saber que desembocó en la Revolución francesa e inauguró una nueva época. Estos pensadores y, en especial, David Hume, le proporcionaron una nueva perspectiva de mirar y pensar. Con Hume tuvo una relación en particular, ya que con este empirista inglés -cuya filosofía se basa en que todo conocimiento parte de la experiencia-, comenzó su propio camino filosófico más importante. Más allá de que Kant le admitió ciertas concesiones, se posicionó desde otro lugar que marcó un enorme “giro copernicano”: se propuso conocer el conocimiento. Desde esta premisa Kant escribió tres grandes obras por la que sería recordado y estudiado, incluso hasta hoy: Crítica de la razón pura (1781), Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790).
Con sus Críticas -entendidas como conocimiento e, incluso, como aquella facultad de juzgar- Kant se separa del Hume empirista en el sentido de que para este último las cosas sucedían por cuestión de causa y efecto, pero no por un hecho científico ni por una necesidad en particular, sino por hábito. Es decir, con esta idea de causalidad (a determinadas causas le siguen determinados efectos) no se puede conocer la realidad, sino que solo “estamos habituados a ella”. Kant, por el contrario, intentó buscar esa cientificidad que sustente los modos de conocimiento, la propia facultad de conocer. Y es allí cuando marca un cambio en el modo de pensar cómo se puede conocer: en lugar de partir del objeto, como Hume, lo hace desde el sujeto. En otras palabras, es el propio sujeto el que hace al objeto; es el sujeto quien crea la realidad a partir de su propio conocimiento y le da forma a las cosas. Esa forma está condicionada por un tiempo y espacio singulares.
El formalismo kantiano, entonces, tiene que ver con cómo el sujeto es capaz de crear una realidad propia para él, y no con qué es la “realidad-en-sí” (quizá una de las preocupación más constantes de la filosofía) a la que no podrá acceder. Kant, mediante estos textos más que complejos, va a resumir su teoría de “la experiencia posible”. En este sentido, marcó un hito en la historia del pensamiento porque, al igual que René Descartes (incluso diferenciándose de él), rompió con determinados parámetros de cómo se concebía esa realidad y, a su vez, desarmó el sentido común del momento, que se establecía como algo inmutable y previamente dado.
Muere en Königsberg, el 12 de febrero de 1804, a los 79 años de edad. No obstante, dejó uno de los legados más luminosos de la filosofía universal: la importancia de reflexionar sobre la razón y el entendimiento, de acercarnos un poco más hacia cómo conocemos.
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