SIN TON NI SON

En las dos más recientes contribuciones abordé dos temas que me inquietan y que tan sólo realicé una pequeña semblanza, ya que profundizar requiere de mucho espacio, así como de demasiado tiempo. Esta vez me voy a referir a otro aspecto del entendimiento humano que va muy ligado, y que a veces se confunde con los dos términos a que hago referencia Mente y Alma: esta vez hablaré del Espíritu.
Este vocablo proviene del latín «spiritus», que significa literalmente: soplo, aire finísimo, hálito, aliento, olor. Escarbando en algunos diccionarios filosóficos logré llegar a los conceptos que desarrollo de aquí en adelante:
Espíritu es un concepto que, en el amplio sentido de la palabra, es idéntico a los conceptos de lo ideal, de la conciencia como forma suprema de la actividad psíquíca. En el sentido estricto del término, es equivalente al concepto de pensamiento. En la historia de la filosofía se diferencian el espíritu subjetivo (sujeto, personalidad, individuo) –cuya absolutización lleva al idealismo, subjetivo– y el espíritu objetivo (conciencia social, objetivación de las facultades humanas) que conduce –si se sostiene su carácter primario– al idealismo objetivo.
La filosofía griega de la Antigüedad concebía el espíritu como actividad teórica, para Aristóteles, por ejemplo, la forma superior de la actividad del espíritu es el pensar sobre el pensamiento, el placer de teorizar. Sin embargo, Plotino, también entiende el espíritu como principio suprarracional cognoscible inmediata e intuitivamente. Este punto de vista se identifica con los conceptos que establecen algunas religiones, principalmente la católica, según la cual el espíritu es Dios, una esencia sobrenatural, susceptible de ser únicamente objeto de la fe.
La filosofía clásica alemana subrayaba el carácter activo del espíritu, lo veía como actividad de la autoconciencia. De tal manera que Hegel concebía el espíritu como unidad de la autoconciencia y de la conciencia, unidad que se realizaba en la razón; como unidad entre la actividad práctica y la teórica del espíritu sobre la base de la práctica: el ser del espíritu es su hacer, aunque este hacer es interpretado sólo como conocimiento. El espíritu, según Hegel, supera lo natural y se eleva hasta sí mismo en el proceso del autoconocimiento.
La filosofía materialista considera al espíritu como lo secundario respecto a la naturaleza. Para los materialistas de la antigüedad, el espíritu es la parte más racional del alma, derramada por todo el cuerpo. Los materialistas de los siglos XVII-XVIII (Locke, Hobbes,) concebían el espíritu sólo como una variedad del conocimiento sensorial. El materialismo dialéctico no hace una reducción de lo espiritual a la simple acumulación de sensaciones y rechaza la representación del espíritu como de algo que existe con independencia de la materia.
Lo espiritual es función de la materia altamente organizada, es resultado de la actividad práctica material, histórico-social de los hombres. La vida espiritual de la sociedad –conciencia social– aparece como reflejo del ser social. Al mismo tiempo, influye de manera activa sobre éste, sobre la actividad práctica de la humanidad.
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