SIN TON NI SON

Últimamente he estado leyendo novela histórica y me sorprende de manera muy agradable cómo se ha gestado la evolución del ser humano dentro las distintas culturas. Cómo la cultura Romana, que consideraba bárbaros a los Germanos, a los Galos a los Británicos, a los Iberos, pero ahora son de las culturas más avanzadas que se tienen en el Planeta Tierra. Como consecuencia de las interrelaciones culturales el lenguaje también evoluciona, así que esta vez voy a analizar el significado (u origen) de dos palabras: álgebra y alumno.
Se sabe que el álgebra se ha considerado como una rama de las matemáticas, en la cual se usan letras, en lugar de números, para representar relaciones aritméticas, lo que permite darles un carácter más general. Esta ciencia surgió, hace alrededor de 5000 años, en Egipto y en Babilonia, civilizaciones cuyos matemáticos llegaron a resolver ecuaciones de primer y segundo grado, prácticamente mediante los mismos métodos que son utilizados hoy en día. La tradición de los egipcios y de los babilonios fue retomada por los griegos, sobre todo por los matemáticos alejandrinos Herón y Diofante, quienes alcanzaron resultados sorprendentes en la resolución de ecuaciones indeterminadas particularmente difíciles. Cuando Europa se adentró en la Edad Media, los árabes continuaron desarrollando el álgebra, «ciencia de la reducción y el equilibrio». Entre los matemáticos árabes se destacó al-Jwarizmi, de cuyo nombre tomó el castellano las palabras guarismo y algoritmo. Fue al-Jwarismi, precisamente, el primero en usar el término al-gabr para designar esta parte de las matemáticas cuyo nombre completo era ilm al-gabr wa l-muqabala, lo que explica el nombre antiguo del álgebra en portugués: almucábala. En el latín de la Edad Media, álgebra se usaba tanto para designar esta parte de las matemáticas como el «arte de restituir a su lugar los huesos dislocados». En la primera edición del diccionario de la Real Academia, algebrista aparece con el significado de «componedor de huesos».
Alumno. En latín la palabra alumnus correspondía a un antiguo participio pasivo del verbo alere, que significaba «alimentar». Tácito llamó alumnus legionem a los jóvenes que se habían criado en las legiones y alumnus fluminis a los que habitaban en la margen de un río, o sea, se alimentaban del río. Cicerón, un siglo antes de Tácito, llamaba alumnus disciplinae meae a los «alumnos de su doctrina», a sus discípulos. Y el poeta Prudencio usaba alumnus grex ‘rebaño de alumnos’ para designar a un grupo de estudiantes. Todos podemos entender que un alumno es «alguien que se está alimentando de conocimientos», y ese es, precisamente, el significado etimológico de la palabra. En castellano, la palabra se empleó siempre con su significado actual de «discípulo».
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