EL VALLE DEPORTIVO

Una vez coincidí con Fermín Ramírez Zermeño, en el Memorial Coliseum allá en Los Ángeles, California, cuando fui a narrar un partido de aquella etapa extinta de la pre-pre Libertadores y me dio un repaso de lo que significaba el arbitraje y la posibilidad de un eventual reposicionamiento y mejoramiento de los colegiados. Notaba en esos ayeres unas ganas terribles de querer trascender y demostrar que en México se contaba con lo mejor de la zona y vaya manera de hacerlo ver.
Esa charla se produjo al mismo tiempo que aceptaba unirse a echarse un palomazo durante la transmisión que hacíamos para México. De aquella noche estadounidense salieron tópicos muy agradables y la consabida idea y deseo de que se profesionalizara el arbitraje. Que ilusión verdad, pensar que siempre ha estado en el ojo del huracán y no hay poder humano que logre reivindicarlo.
Derivado de los constates e inminentes improperios que se han desatado a diestra y siniestra contra los de negro (que hoy en día lucen hasta tonos más llamativos) sería pecar de cerrar los ojos para no darnos cuenta de cuanto ha adolecido el futbol de nuestro país por esos baluartes que con el solo nombre imponían donde se paraban. Así pues vienen a mi mente esas poses de seres enérgicos y decididos a aplicar el reglamento tal como lo estable el sistema a raja tabla y no permitir que nadie ni nada modificara su marcación, con el riesgo elevado de haberse equivocado y recibir cualquier cantidad de mentadas de madre.
En mis ayeres tengo vagos momentos de Yamazaki y sus controversiales gestos y muecas a la hora de marcar algo y/o enfrentarse a un jugador o entrenador, era la autoridad la que mandaba y ni siquiera sus “abanderados” (en esos momentos) podrían refutarle algo. Así siguió la ruta de la nuevas generaciones, hombres como Antonio R. Márquez, Joaquín Urrea, Bonifacio Núñez, Mario Rubio, Marco Antonio Dorantes, y el propio Fermín, entre otros, eran los hombre de hierro del arbitraje mexicano, cualquiera que osara repeler sus decisiones no solo se llevaba tarjeta sino hasta regaño incluido; que lejana época no?. Más tarde siguieron los Jasso, Herrera, Espinoza, Rangel, Ramos, Brizio, Alcalá, Codesal, etcétera, que tenían lo suyo y como humanos tenían como los otros, sendos yerros que trataban de manejar sobre la marcha y recomponer con los años. La misión era fundamental: crear una cultura de arbitraje capaz de aplicar el reglamento sin intervención de más personas y/o artefactos y además, encima de todo, aceptar las sanciones a las que eran sujeto cuando su accionar lo merecía.
Hoy todo es distinto, vemos caras nuevas, enfrentamos una generación de jóvenes que están ávidos de trabajo y de realizar su labor comprometida en aras de un buen desempeño, pero vaya manera de ensuciar el entorno. La vanguardia nos alcanza y nos rebasa. Me queda claro que no es para todos mientras no se quiera impregnar de la tecnología y abrazarla y arroparla con categoría, no es momento para ensayar y mucho menos para regalar a cada rato.
No sé tú, pero yo me quedo con aquellos que con solo una mirada, un grito y un tarjetón te sacudían hasta la última gota de sudor y a pesar de que jugabas al filo de la navaja, aceptabas con devoción la palabra categórica de un árbitro en vivo, no como hoy que un sistema te hunde o te eleva, te premia o te castiga. Sí, lo sé, somos una sociedad en evolución constante y aceptamos lo innovador y soy un ferviente creyente de la tecnología y su aplicación, pero cuando ejemplos como estos nos disminuyen y nos colocan en la antesala de la opacidad, ¿qué podemos esperar? Al rato van a ser robots los que conduzcan los destinos de los partidos de futbol? Que la boca se me haga chicharrón y como alguien me decía: cómete un burro entonces…
Insisto, prefiero mil veces al hombre de negro en el terreno de juego sin ser el protagonista ni del juego ni de la nota. Hoy fue tema por demás necesario, pero espero no volver a tratar textos de ellos.

Pásenla bien!!!